Sunday, March 1, 2009


José Manuel Alonso García






A mi tío José Manuel, o "Montalvo", como últimamente le decíamos, le publiqué, el 16 de febrero de 2003, un ensayo titulado "Mi Tío Montalvo", motivado por el descubrimiento de su cáncer terminal en el estómago. Fue uno de mis "clásicos".

MI TÍO MONTALVO

En el recordado pueblo de Rodas, en la antigua provincia de Las Villas, muy cerca de mi Cienfuegos natal, había un "cacique" muy pintoresco llamado Don Montalvo. Un hombre adinerado y de costumbres muy "arraigadas".

Mi abuelo Don José nos contaba que la primera letrina "moderna" que se construyó en el pueblo, la construyó --precisamente-- Don Montalvo. Aquello era todo un espectáculo y toda Rodas tenía que ver con la letrina del respetado terrateniente.

Una noche, el sereno del pueblo notó un movimiento extraño en un maizal que se había levantado frente al chalet de Don Montalvo y para allá se dirigió, cumpliendo con sus obligaciones de velar por el sueño de los habitantes de Rodas.

Cuál fue su sorpresa cuando encontró agachado al hombre más prominente del pueblo: ¡Don Montalvo! Al ver aquello, el sereno exclamó: "¡Hombre, Montalvo! ¡¿Con letrina en su casa y haciendo la necesidad en el campo?".

Esta jocosa anécdota de pueblo nos la contó el abuelo una tarde en que junto a él me encontraba en compañía de mi tío José Manuel, quien había venido a Caracas desde California a visitar a sus padres.

De ahí en adelante, cada vez que me encontraba con mi tío "Mel" le decía: "¡Hombre Montalvo!" Con el paso de los años lo apodé "Montalvo".

"Montalvo" llevó una vida grata. Salió de Cuba al exilio y se colocó de profesor de lenguas romances en la Universidad de Withworth, en la ciudad de Spokane, en el Estado de Washington, EU. Pasé junto a él unos años, allá en el norte.

Su esposa, Milagros, vivía para evitar que sus hijos y yo conversáramos en inglés, idioma que llegó a ser de más fácil uso entre nosotros los muchachos.

El tío "Montalvo" insistía en que pronunciáramos correctamente el español. Cada vez que decíamos:¡Más nunca", el tío nos interrumpía: "¡Nunca más!". "Más nada", ¡Nada más! y así con cada error o mal uso del idioma de Cervantes.

Hoy ya de viejo cuando se me va un gazapo, me pregunto si desde el cielo "Montalvito" está pendiente de él. El amor que hoy siento por las letras se lo debo --en gran parte-- a él y a mi otro tío, su hermano Armando.

Faltando meses para morir, una tarde, caminando por las calles de la ciudad de Miami, "Montalvo" se topó con una anciana matancera que en su juventud había sido su novia. Fue un emotivo reencuentro que se convirtió en una entrañable amistad.

A sus 80 años lo llevaba alguna que otra tarde a visitar a sus amigos en el "saugües" de Miami, entre los cuales se encontraba su novia de juventud.

Una noche, mientras regresábamos a casa, me recitó unos versos muy famosos que trataban del dueño de un circo quien aparente y evidentemente tuvo una muy mala experiencia en la provincia cubana de Matanzas:


Matanzas me cago en tí
y en tu puñetero Pan,
en tu chochino San Juan,
y en tu sucio Yumurí...

El hambre que pasé allá
jamás lo echaré en el olvido;
el mono se me ha perdido,
se me ha quemado el telón
y el condenado león
quien sabe donde se ha metido...

"Montalvo" era un poeta, un magnífico y reconocido poeta. A veces, mientras disfrutaba en silencio de su compañía, rompía su meditación para salirme con poemas populares cubanos como el que arriba he trascrito, pero en aquella oportunidad, regresando de la casa de su amiga matancera, se empeñó en enseñarme una versión muy diferente de aquel popular poema, cuya modificación ahora no sé si fue obra suya y motivada por el cariño hacia la mujer de Matanzas que una vez le dio su amor:


Matanzas, te llevo en mí
junto con tu lindo pan,
tu caudaloso San Juan
y tu bello Yumurí...

El amor que tuve ahí
jamás lo eché en el olvido;
y al pensar en lo vivido
comprendo con emoción
que en ti dejé el corazón
que creía haber perdido...

Así era "Montalvo". De él aprendí mucho de la vida, pero su gran enseñanza fue la forma en que murió.

Estando juntos en un restaurante floridano, sintió un profundo dolor en la boca del estómago. Esa misma semana su médico le diagnosticó un cáncer terminal. A los pocos días me entregó una poesía para que le dijera qué pensaba de ella, la tituló,


EL RETO

Te habré de recibir espada en mano,
en alto la visera, el pecho abierto,
en el brazo el escudo, al descubierto,
con el altivo gesto de un Quijano.


No blandiré en ataque el toledano,
ni alzaré la rodela en desconcierto,
pues no he de acobardarme ante lo incierto,
que se oculte en las fuentes de mi arcano.


Quiero mirarte de hito, frente a frente,
sin mostrarme alardoso ni insolente,
mas sin temblar tampoco en tu presencia;

que al cabo -¡bien lo sé!-
no he de vencerte,
pero me marcharé contigo,
¡oh Muerte!,de igual a igual
al trono de la esencia.

"Montalvo" me enseñó a escribir sonetos y para no olvidarme de su composición, me obligó a memorizar el siguiente:


Un soneto me manda a hacer Violante
y en mi vida me he visto en tal aprieto
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.


Yo pensé que no hallara consonante
y estoy en la mitad de otro cuarteto,
más si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante

Por el primero de los tercetos voy entrando
y aún presumo que entré con pie derecho
pues fin con este verso ya voy dando.

Ya entré por el segundo
y aún sospecho
que estoy los trece
versos acabando

contad si son catorce
y está hecho.

Siendo mi tío un amante de los sonetos clásicos, consideré lo más apropiado despedirme de él, precisamente, con un soneto:


ADIOS A MONTALVO

La noche apareció como acechanza
infausto y desgraciado
dolor mío,
el cáncer que de muerte
hirió a mi tío
partió mi corazón
como una lanza.

La vida con su rito de alabanza
le canta una canción como agua al río,
tratando de frenar mi desvarío
encuentro yo en su fuerza mi esperanza.

Y entrando ya en su hora de partida
con lágrimas en mis ojos miro al mar
buscando la razón que está perdida.

Llanto y risa habrá en su solo despertar
esperando la horrible despedida;
decirte adiós no quisiera... ¡qué pesar!